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Literatura. “La Busca”. Pío Baroja

Retrato de Pío Baroja. (1928). Juan de Echevarría. Óleo sobre lienzo. Museo de Bellas Artes de Álava.

La Busca. (1904). Pío Baroja

La acción se desarrolla, en Madrid a caballo entre finales del siglo XIX y principios del siglo siguiente, y nos muestra con un ritmo vivo y fresco la difícil vida, de unos personajes a los que no han favorecido las circunstancias de la vida, una vida para ellos llena de necesidades, y trabajos esporádicos, de incómoda dureza, y, para colmo, mal pagados, en los que muerde el hambre, y que nadie más quiere.

En este pasaje que he seleccionado, los buscavidas, cansados de su mísera vida, atraviesan la delgada línea que los separa de la delincuencia, a los que muchos de ellos, tentados, y sin más reflexión, desgraciadamente, se sienten abocados.

Una magnifica novela, muy recomendable…

LA BUSCA. Fragmento

A lo lejos, sobre Madrid, se cernía gran claridad, irradiada de las luces del pueblo, en el camposanto blanqueaban algunas lápidas pálidamente.

El alba teñía con su claridad melancólica el cielo, cuando los tres socios se acercaron a la casa.

A Manuel le palpitaba el corazón con fuerza.

-iAh! Una advertencia-dijo Vidal-:Si por casualidad nos pescaran, no hay que echarse a correr, sino quedarse dentro de la casa.

El Bizco se echó a reír; Manuel, que comprendía que su primo no hablaba por hablar, preguntó:

-¿Y por que?

-Porque si nos pescan en la casa es un robo frustrado, y tiene poco castigo; en cambio si nos cogieran huyendo, sería un robo consumado, lo que tiene mucha pena. Esto me lo dijeron ayer.

-Pues yo escapó si puedo -dijo el bizco.

-Haz lo que quieras.

Saltaron la cerca de la casa: Vidal quedó a caballo encima, agachado, espiando, por si venía alguno. Manuel y el Bizco, a horcajadas, se acercaron a la casa y, afianzando el pie en el tejadillo de un cobertizo, bajaron a una terraza con un emparrado un tanto más alta que la huerta.

A esta galería daban la puerta trasera y los balcones del piso bajo de la casa; pero estaban una y otros tan bien cerrados, que era imposible abrirlos.

-¿No se puede? -preguntó Vidal desde arriba.

-No

-Ahí va mi navaja -y Vidal la tiró a la galería.

Manuel intentó con la navaja abrir los balcones, pero no había medio; el Bizco se puso a empujar con el hombro la puerta, cedió algo, dejando un resquicio, y entonces Manuel introdujo por allí la hoja del cuchillo, e hizo correr la lengüeta de la cerradura hasta conseguir abrir la puerta. Al momento entraron el Bizco y Manuel.

 El piso bajo de la casa constaba de un vestíbulo, desde donde comenzaba la escalera de un corredor, y de dos gabinetes con balcón al huerto.

  La primera idea de Manuel fue salir al vestíbulo, y echar el cerrojo a la puerta que daba a la carretera.

-Ahora -le dijo el Bizco, que quedó admirado de aquel rasgo de prudencia- vamos a ver qué hay aquí.

Se pusieron a registrar la casa con tranquilidad, sin apurarse; no hay nada que valiera tres ochavos. Estaban forzando el armario del comedor, cuando, de pronto, oyeron muy cerca los ladridos de un perro, y salieron asustados a la galería.

  -¿Que hay? -preguntaron a Vidal.

  -Un condenado perro que se ha puesto a ladrar y va a llamar la atención de alguno.

  -Tírale una piedra.

  -¿De donde?

  -Asústale.

  -Ladra más.

  -Baja aquí, si no te van a ver.

Vidal saltó al huerto. El perro, que debía de ser un perro moral, defensor de la propiedad, siguió ladrando fuerte.

  -Pero iLeñe! -Dijo Vidal a sus amigos-, ¿No habéis concluido?

  -iSi no hay nada!

Entraron los tres llenos de miedo, atortolados, cogieron una servilleta y metieron dentro lo que encontraron a mano, un reloj de cobre, un candelero de metal blanco, un timbre eléctrico roto, un barómetro de mercurio, un imán y un cañón de juguete.

  Vidal se subió a la tapia con el lío.

  -Ahí está -dijo asustado.

  -¿Quien?

  -El perro.

  -Yo bajaré primero. -murmuró Manuel, y se puso la navaja en los dientes y se dejó caer. El perro, en vez de acercarse, se alejó un poco; pero siguió ladrando.

Vidal no se atrevía a saltar la tapia con el lío en la mano y lo echó con cuidado sobre unas mantas; en la caída no se rompió más que el barómetro, lo demás estaba roto. Saltaron la tapia el Bizco y Vidal, y los tres socios echaron a correr a campo traviesa, perseguidos por el perro defensor de la propiedad que ladraba tras de ellos.

Literatura. La Busca. Pío Baroja

Literatura. La Busca. Pío Baroja. Novela. Madrid

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