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Literatura. Allan Poe. “Un algo inquietante, un morbo un surrealismo”

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Edgar Allan Poe. Boston 1809. Baltimore 1848.

Fotografia. Los caprichos de Goya. 1779. «El sueño de la razón produce monstruos».

Huérfano a muy corta edad, es adoptado por un matrimonio muy rico. Con su padrastro nunca se entendió. Su madrastra lo adoraba. Para ella fue el hijo que nunca tuvo.

Eliza Poe; madre biológica del poeta, murió cuando él era un niño… (Un niño que extraño y desorientado presenció, la agonía, muerte, velatorio, y entierro de su madre); este hecho adornado a retazos por la tenue luz de las candelas, lleno de sombras que de repente cobraban vida y, con el desgarrador telón de fondo de murmullos, sollozos y agónicos  lamentos. ¡Tan triste y dramático! Impregnó entonces todo su ser, de un modo… un tanto inquietante.

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Foto. Día de difuntos. By TbArt

«Un algo inquietante  – Un morbo… Un surrealismo»

Tenía una hermana, Edgar Allan Poe; se llamaba Rosalie. Tuvo  que separarse de ella, cuando ambos fueron acogidos por diferentes familias. Sus progenitores,  fueron ambulantes. Cambiaban frecuentemente de ciudad en busca de trabajo. Su padre finalmente abandonó el hogar. A pesar de ser acogido por una familia acomodada, pasó Edgar Allan Poe muchas necesidades. Su padre adoptivo no le enviaba dinero; pensaba que lo malgastaría. Poe acumuló deudas de juego, y finalmente, acabó siendo desheredado.

Edgar Allan Poe era orgulloso y excitable.  Odiaba la vulgaridad y tenía unos prejuicios muy arraigados. Obviamente Allan Poe no era fácil, para un padrastro recto y duro, que exigía, si, exigía; que el poeta cambiara; Llevaba entonces mala vida Poe, fue aquella una relación altamente frustrante para ambos. Fue el escritor a la universidad (donde estudió Lenguas);  trabajador, aplicado, presumido e inquieto, a la vez que muy competitivo; sólo aguantó un año.

POE SOLDADO

Se alistó en el ejército y no le fue mal, incluso obtuvo algún ascenso pero se cansó y lo abandonó a los  dos años; cuando había firmado por tres.

Allan Poe decidió intentarlo, por fin se decidió. A partir de ese momento empezó a escribir  cuentos de terror que luego vendía, para ser publicados  por capítulos en revistas y periódicos; llegó a tener cierto éxito, pero sus ingresos económicos siempre  fueron muy escasos. La ilusión de su vida fue crear su propio periódico, pero desgraciadamente nunca lo consiguió. Edgar Allan Poe vivía de sus relatos (subsistia).

Se casó varias veces, y tuvo algunas aventuras y amoríos; pero alrededor de él, impregnado en él, la muerte lo rodeaba. Sus mujeres morían irremediablemente de tuberculosis.

UN ALGO INQUIETANTE, UN MORBO, UN…  SURREALISMO

Falleció Virginia (Sissy) su prima de tan solo 13 años (con la que se había casado en secreto) y entonces el poeta-romantico-surrealista empezó  a beber sin medida. Era tan grande su dolor que Poe también consumía opio. Al fin y con solo cuarenta años, murió en Baltimore cerca de Nueva Yorkperdido, y trastornado por el alcohol y las drogas. Medio kilo de Láudano (opio aderezado con vino blanco y especias), junto con una buena cantidad de aguardiente aceleraron su triste final. Desde entonces ocupa un lugar muy destacado en el Olimpo de la Literatura Universal.

Os dejo con una pequeña muestra de su magnífica obra:

EL COLOQUIO DE MONOS Y ELLA. 1841.

Y entonces, muy hermosa y muy amada,

diariamente envolvimos en sueños nuestros espíritus y entonces,

 al atardecer, discurrimos sobre los días que vendrían.

Cuando la superficie de la tierra llena de cicatrices de arte,

después de sufrir la única purificacion que borraría sus obscenidades rectangulares,

volviera a vestirse con el verdor las colinas y las sonrientes aguas del paraíso,

y se convirtiera por fin, en la morada conveniente para el hombre,

purgado por la muerte.

Para el hombre en cuyo sublimado intelecto el conocimiento dejaría de ser un veneno…

Para el hombre redimido, regenerado, venturoso, ahora inmortal,

aunque material siempre.

Edgar Allan Poe

Edgar Allan Poe. Un algo inquietante, un morbo un surrealismo. El coloquio de Monos y Ella.

Literatura. El Coloquio de Monos y Ella. Edgar Allan Poe. Allan Poe. Escritores

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Edgard Allan Poe. El Retrato Oval. Belleza, que en mala hora amó al pintor

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Foto by TbART

Edgard Allan Poe. Boston 1809. Baltimore 1848.

EL RETRATO OVAL. 1842. (FRAGMENTO).

Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mal hora amó al pintor y se desposó con él.

Él tenía un carácter apasionado, estudioso y austero, y había puesto en el ARTE  sus amores; ella, joven, de rarísima belleza, toda luz y sonrisas, con la alegría de un cervatillo, amándolo todo, no odiando más que el ARTE, que era su rival, no temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos importunos que le arrebataban el amor de su adorado.

Terrible impresión causó a la dama oír al PINTOR hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y sentóse pacientemente, durante largas semanas, en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz se filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso.

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El pintor y la modelo. 1963. Pablo Picasso.

El ARTISTA cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de día en día. Y era un hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdía en mil ensueños; tanto que no veía que la luz que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su mujer, que se consumía para todos excepto para él.

Ella, no obstante, sonreía más y más, porque veía que el PINTOR, que disfrutaba de gran fama, experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para trasladar al lienzo la imagen de la que tanto amaba, la cual de día en día tornábase más débil y desanimada.

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Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza maravillosa, prueba palpable del genio del PINTOR, y del profundo amor que su modelo le inspiraba.

Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se permitió a nadie entrar en la torre; porque el PINTOR había llegado a enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa. Y no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo borrábanse de las mejillas de la que tenía sentada a su lado.

Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, sólo dar un toque sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpitó aún, como la llama de una lámpara que está próxima a extinguirse.

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Calavera. Van Gogh

Y entonces el PINTOR, dio los toques, y durante un instante quedó en éxtasis ante el trabajo que había ejecutado. Pero un minuto después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el TERROR, y gritó con voz terrible: «¡En verdad, esta es la vida misma!» Se volvió bruscamente para mirar a su bien amada: ¡Estaba muerta!»

Edgard Allan Poe

Edgard Allan Poe. El Retrato Oval. Era una joven de peregrina belleza, que en mala hora amó al pintor y se desposó con él.

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La Máscara de la Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre

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Detalle de una obra de Marty Bolonio. Foto ByTbart

Edgard Allan Poe. Boston, Massachusetts, 19 de enero de 1809.  Baltimore, Maryland. 7 de octubre de 1849.

La Máscara de La Muerte Roja. 1842

Seguidamente una pequeña muestra de la calidad literaria de este maestro del Terror/Miedo.
Un cuento del genial y atormentado Edgard Allan Poe… La  Máscara de la Muerte Roja.
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Calavera. Van Gogh
LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA.

Edgard Allan Poe

Mas otra vez tañe el reloj que se alza en el aposento de terciopelo. Por un momento todo queda inmóvil; todo es silencio, salvo la voz del reloj. Los sueños están helados, rígidos en sus posturas. Pero los ecos del tañido se pierden -apenas han durado un instante- y una risa ligera, a medias sofocada, flota tras ellos en su fuga.

Otra vez crece la música, viven los sueños, contorsionándose al pasar por las ventanas, por las cuales irrumpen los rayos de los trípodes. Mas en la cámara que da al oeste ninguna máscara se aventura, pues la noche avanza y una luz más roja se filtra por los cristales de color de sangre; aterradora es la tiniebla de las colgaduras negras; y, para aquél cuyo pie se pose en la sombría alfombra, brota del reloj de ébano un ahogado resonar mucho más solemne que los que alcanzan a oír las máscaras entregadas a la lejana alegría de las otras estancias. 

Congregábase densa multitud en estas últimas, donde afiebradamente latía el corazón de la vida. Continuaba la fiesta en su torbellino hasta el momento en que comenzaron a oírse los tañidos del reloj anunciando la medianoche. Calló entonces la música, como ya he dicho, y las evoluciones de los que bailaban se interrumpieron; y como antes, se produjo en todo una cesacion angustiosa. Mas esta vez el reloj debía tañer doce campanadas, y quizá por eso ocurrió que los pensamientos invadieron en mayor número las meditaciones de aquellos que reflexionaban entre la multitud entregada a la fiesta.

Y quizá también por eso ocurrió que, antes de que los últimos ecos del carrillón se hubieran hundido en el silencio, muchos de los concurrentes tuvieron tiempo para advertir la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y, habiendo corrido en un susurro la noticia de aquella nueva presencia, alzóse al final un rumor que expresaba desaprobación, sorpresa y, finalmente, espanto, horror y repugnancia. En una asamblea de fantasmas como la que acabo de describir es de imaginar que una aparición ordinaria no hubiera provocado semejante conmoción.

El desenfreno de aquella mascarada no tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba incluso más allá de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba. En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Aún el más relajado de los seres, para quien la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar. Los concurrentes parecían sentir en lo más hondo que el traje y la apariencia del desconocido no revelaban ni ingenio ni decoro.

Su figura, alta y flaca, estaba envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que ocultaba el rostro se parecía de tal manera al semblante de un cadáver ya rígido, que el escrutinio más detallado se habría visto en dificultades para descubrir el engaño. Cierto, aquella frenética concurrencia podía tolerar, si no aprobar, semejante disfraz. Pero el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror escarlata.

La Máscara de la Muerte Roja. Pero el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror escarlata. Edgard Allan Poe

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